- Buenos días señora, vengo a entregar este cofre, como destino viene esta dirección, creo que es para un escritor.
- ¿El abuelo o el nieto?. El abuelo también fue escritor, ¿sabe usted?. De cartas de amor para mi madre.
- Ése es mi hijo, su abuelo ya murió hace mucho. No se quede ahí, entre, entre. Mi hijo también ha muerto, pero está ahí tumbado, en el sofá. Pase, buen hombre. El otro día entré en su dormitorio y le pregunté si alguien iba a venir a verle. Y me miró con una cara que nunca le había visto ¿sabe usted?. No le veía llorar desde los trece años. Yo no sé la historia que se traía entre manos. Nunca me contó nada, era muy reservado. Luego, sin decir nada, se murió. Pero se quedó igual, quiero decir... no se desplomó de su silla de
escritor, sino que siguió escribiendo, ¿usted había oído alguna vez una historia semejante?. Deambula por la casa como si estuviera vivo, como si se hubiera dejado algo, pero sabemos que está muerto desde hace días. Una se da cuenta de eso muy rápido. Verá, mi hijo... ya estuvo a punto de morir hace unos años... pero eso es otra historia. ¿Sabe una cosa? Todo el mundo le decía que era un
escritor excelente pero ni su padre ni yo leímos una palabra suya, jamás, ni una sola. En eso era
clavadito a su abuelo, mi padre, que en paz descanse.
El mensajero miró al
escritor muerto, tumbado en el sofá, y depositó el cofre en el suelo, frente a él.
- ¿Y por qué está así? No lo entiendo, señora, es antinatural. Su corazón late con fuerza, tiene el brillo de la vida en los ojos pero... está
muerto, de eso no hay duda. Nunca había visto algo así.
- Sí, es de lo más extraño ¿verdad?. Lleva así días. A su abuelo no le pasó eso.
Ambos se quedaron en silencio en el goteo de unos segundos, mirando el cofre. Luego el
hombre muerto se incorporó en el sofá. Se sentó justo enfrente de su cofre y puso ambas manos sobre las rodillas, como esperando
algo.
- Creo que mi hijo quiere que abramos el cofre. Ayúdeme por favor... aún no le he preguntado quien lo envía.
- No había remitente, señora - dijo el mensajero mientras rompía el sello de la tapa.
Retiraron la tapa de golpe y una mezcla de jazmín y azahar inundó la estancia. Entonces el
escritor inclinó la cabeza y miró dentro del cofre. Y vio todo lo que contenía. Para cuando decidió mirar a su madre el brillo de sus ojos ya se había ido. Ladeó la cabeza, volteó los párpados y se desplomó junto a su cofre, muerto.
Y
el cofre del hombre muerto contenía:
- Dos camisas. Una tan blanca como la
espuma de mar y otra del azul de un
cielo claro.
-
Un libro con la rúbrica del
primer escritor muerto.
- Los últimos
21 gramos expirados del
escritor.
- El perfume embotellado del
escritor que acababa de morir.
(en breve, la continuación)