... Y la chica regresaba al bosque a oír historias, a veces nevaba, a veces llovía, y en aquellas tardes sus ojos se volvían de un gris tan claro que en ocasiones parecían blancos.

-Piedra y la chica de ojos azules-

Raíces


"Un día de verano, contando yo con 12 años, unos familiares de mi abuelo materno me llevaron al pueblo. Mis padres prometieron recogerme (rescatarme para mí) unos días más tarde.

Mi madre me dio unas pocas mudas de ropa y trescientas pesetas, y me encajó en la parte trasera de aquel destartalado citroen, entre una prima segunda y otra. Así llegué al pueblo sevillano de mi abuelo, al horno, y las playas se quedaron al sur. Pasaron cinco días y telefoneé a mis padres para preguntarles cuando iban a venir a recogerme. "Pronto, pronto" decía mi madre al otro lado. Así pasaron veinticinco días de Agosto.

Trescientas pesetas eran una fortuna para cinco días, pero un apuro para un mes, de modo que tuve que administrármelo de este modo:
- varios chicles cheiw
- unos paquetes de pipas con sal churruca
- dos entradas para el cine de verano
- un álbum y unos sobres de cromos de la liga de fútbol de la próxima temporada
- refrescos y frigopies
- peta-zetas y
- dos tiradas a la tómbola de la fiesta del pueblo (me llevé un balón de plástico de color verde).

Me resultó irritante que mis padres me abandonasen tanto tiempo allí, en un pueblo del interior que apenas me decía nada. Echaba de menos mis playas, hacer castillos en la arena, corretear por la orilla y salpicar de agua a mis primas y a mis tías cada vez que intentaban meterse en el agua con aquella lentitud que tanto las caracterizaba. Pero, cuando paseaba por las calles del pueblo de mi abuelo, descubría cosas nuevas; cosas que no he vuelto a volver a tener.

Después de comer, con el peso del calor sobre los hombros, salía a la calles y me perdía entre el silencio de los empedrados y las casa-puertas de madera. En algunas, semiescondidos, dormitaban los ancianos apoyados en sus bastones mientras resonaba alguna olla tardía en el fuego de una cocina. Las calles eran estrechas y con cuestas y curvas muy pronunciadas. De esas que atesoran los olores en las esquinas y que te dan de lleno justo cuando tuerces para enfilar otro camino. Olor a meloja, a pan recién tostado, a manteca casera, a migas, a tomate y a ajo recién triturados para el gazpacho, a cafetera recién hecha, o a cama sin hacer tras la siesta.

A todo eso me sigue oliendo el pueblo de mi abuelo"

-.-

Tengo unas ganas tremendas de regresar a Scriptoria y de leeros. Aún no, en Octubre, en Octubre. Estoy pluriempleado y no puedo dejar a medias un proyecto. Mientras tanto he querido regalaros... este recuerdo.

*foto de aquí