... Y la chica regresaba al bosque a oír historias, a veces nevaba, a veces llovía, y en aquellas tardes sus ojos se volvían de un gris tan claro que en ocasiones parecían blancos.

-Piedra y la chica de ojos azules-

El Bibliotecario (y 2)


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La chica alargó el brazo y cogió el libro. Lo abrió por la página donde semanas atrás había dejado el punto de lectura y comenzó a leer mientras le daba otro mordisco a la manzana. Leyó dejándose llevar por la historia y por la música que sonaba a bajo volumen por los altavoces de su portátil. Leyó hasta que sus ojos se cerraban y las palabras impresas comenzaron a parecerle un amasijo turbio de pequeños y oscuros alambres encadenados.

Cuando despertó todo estaba en penumbras. Tanteó hasta encontrar el pulsador de la lámpara de la mesita de noche y prendió la luz. Miró el reloj despertador: las 1:53. La música se había detenido. Apartó los restos de la manzana mordida y miró el libro. Apenas le había dado tiempo a avanzar. Se sintió extraña, fuera de lugar, como si aquel no fuera su cuarto, o su tiempo.

Incluso con la puerta de su cuarto cerrada le llegó el sonido de los golpes. Era como si estuvieran llamando a la casa, tímidamente, con los nudillos, con una pausa de varios segundos entre golpe y golpe.

-Qué raro que el viejo se haya levantado ¿Qué estará haciendo? - se dijo.

Se levantó de la cama, abrió la puerta y salió al pasillo. Encendió la luz y atravesó el salón. Creía que los golpes provenían de la cocina, pero comprobó que allí no había nadie. Volvió a su cuarto, no sin antes pasar por el baño y asegurarse de que la puerta del dormitorio del viejo estaba cerrada. Así era. Cerró la puerta de su cuarto y se lamentó de no haber arreglado el pestillo. Ya llevaba roto dos semanas.

Volvió a tumbarse y abrió el libro. No había avanzado ni dos páginas cuando volvieron a oírse los golpes, pero esta vez más cerca, en la puerta de su propio cuarto. Tenues, seguidos de lo que parecía el sonido del arrastre de los nudillos por la madera.

Se incorporó alarmada, con el corazón latiendo en su garganta.

-¿Papá?

Silencio. Nadie contestó. Los golpes volvieron a sonar, tres, leves, con unos segundos de descanso entre ellos. La chica se levantó asustada. Hizo ademán de avanzar pero retrocedió dos pasos hasta la ventana.

- ¡Papá, por favor! - acertó a decir -. No me gustan estas bromas...

Los golpes cesaron. Esperó un minuto que le pareció una década y se acercó a la puerta.

-¿Papá?

Asió el pomo y lo giró. Abrió de golpe. Al verle delante, un escalofrío intenso recorrió su cuerpo de pies a cabeza. Antes de desmayarse consiguió oír de la boca del muerto:
-Tú... devuelve ese libro.

*foto de aquí

El Bibliotecario (1)


Se levantó de la silla, recogió en silencio sus apuntes y se acercó al mostrador para dejar el libro de consulta.

-¿Hoy no está Luis? - preguntó a la bibliotecaria.
-¿No te has enterado? - inquirió mirándola por encima de sus lentes mientras soltaba el ejemplar de consulta en uno de los montones-. Luis ha muerto.
-¡Qué me dices!
-Fue hace tres días. Un infarto, nena. Ya ves, y hacía ejercicio todas las mañanas, antes de abrir.

La chica se despidió de la bibliotecaria y salió del edificio. Cuando llegó a casa ya había anochecido. El viejo ya se había acostado, siempre lo hacía a las ocho de la tarde. Ella también hizo lo de siempre: entró en la cocina, cogió dos manzanas del frutero, soltó su mochila en el sofá del salón, se metió en su cuarto y cerró la puerta. Luego puso música en el reproductor de mp3 de su portátil, se tumbó en la cama y le dio un mordisco a una de las manzanas.

Miró a un lado, encima de la mesita de noche tenía un ejemplar que había sacado de la biblioteca: La playa de los ahogados. Lo había dejado a medio leer. Llevaba en su cuarto más de dos meses. El bibliotecario le había solicitado varias veces su devolución. La primera un mes después de sacar el libro, cuando la vio estudiando en una de las mesas de la sala, luego por teléfono, y al menos tres veces por correo electrónico. La última vez que lo hizo se presentó en su casa una hora antes de abrir la biblioteca en su horario de tarde, llamó a su puerta y se lo pidió.

-Lo siento, Luis. Aún no lo he leído. Te prometo que esta noche lo acabo y mañana lo devuelvo - había dicho ella.

Eso aconteció una semana atrás. Unos cinco días antes de que el bibliotecario la palmara.

(en dos días la última parte)
*foto de aquí