... Y la chica regresaba al bosque a oír historias, a veces nevaba, a veces llovía, y en aquellas tardes sus ojos se volvían de un gris tan claro que en ocasiones parecían blancos.

-Piedra y la chica de ojos azules-

Sobre la Terrible Idea de No Encontrarte (III)


(Puedes leer las dos primeras partes de este relato aquí(I) y aquí(II), o pasar de ellas,
pero antes de seguir leyendo pulsa aquí y escucha de fondo I Hate You but I Love You de Russian Red, que es lo que me ha venido a la cabeza esta tarde mientras escribía)

Te vi. Fue ayer.

Pero fue extraño porque nos separaban unos diez metros y esa distancia nada tenía que ver con el espacio, yo lo notaba tiempo. Era como en aquella película de los ochenta, la que cuenta que un hechizo ha caído sobre dos enamorados y están destinados a no encontrarse nunca en sus formas humanas, porque cuando se pone el sol él se transforma en lobo, y ella durante el día es un halcón. ¿O era al revés? Ya no me acuerdo, da igual.

Y da igual porque hace décadas que no veo esa condenada película ni ninguna que desprenda un ápice de romanticismo. Me he vuelto tan práctico que los detalles románticos los he relegado a las formas, no a los contenidos.

Por ejemplo, si tengo que sellar una carta que te he escrito... no la meto en un sobre, uso cordel sobre el papel doblado y quemo lacre rojo para el sello, hasta hacerlo arder, porque me gusta sellar mis palabras a fuego, que la llama caiga con cada gota de lacre hasta el papel. Cuando ves la carta, a primera vista, podrías incluso pensar que soy un loco y que voy a pedirte matrimonio pero cuando abres y lees te encuentras con mi número de teléfono seguido de un "llámame, llevo semanas buscando tus labios, joder".

Antes yo no era así. He sufrido una evolución bastante jodida.
Ya te encontré. Fue ayer, y no sé qué me pasó pero me fui sin decirte nada. Así que, una de dos, o además de perder el romanticismo me he convertido en un capullo o lo mío por ti, tal y como vino a mí...
... se esfumó.

Sobre la Terrible Idea de No Encontrarte (II)

 (Lee la primera parte de este relato aquí. Y si no quieres... da igual, también puedes leer esta parte en solitario)

Antes de comenzar será mejor que pulses aquí para oír a Billie Holiday acompañándote en la lectura. 

Esto me está resultando más difícil de lo que pensaba. No es como elegir de qué color pintar una pared, o decidir entre varias cuberterías y mantel. La aguja del giradiscos volvió a su sitio y la música jazz, que arrastraba ese característico sonido sucio de fondo, cesó. Luego devolví con sumo cuidado el vinilo de 1950 a su funda, porque yo soy así, trato a las cosas valiosas como te trataría a ti. 

Cogí dos de mis libretas con páginas en blanco y volví a salir a buscarte, esta vez dejé pasar dos días desde mi último intento. Pensé que... si aquella camarera te hubiese hablado de mí, verme aparecer dos días después te parecerían un tiempo prudencial, y no formarían el abismo de una semana por el que se pueden precipitar los recuerdos.

Desde el otro lado de la calle el restaurante me parecía una isla sombría, tan inalcanzable como el sueño de encontrarte. Porque de nuevo oteé el horizonte de las mesas y no estabas, de nuevo el azar me había precipitado a las entrañas del turno de la otra chica. 

Me senté, le pedí que me sirviera algo de lo que no tenía ganas y escribí y bebí sin levantar la vista de las páginas. Y aquí sigo, en la jodida encrucijada. Y no sé qué camino tomar, si el que me dice que siga persistiendo en tu búsqueda o el de darme por vencido, quizás tu recuerdo ya se haya olvidado de mí. El mío de ti... no puede.

*foto de aquí.

Sobre la Terrible Idea de No Encontrarte

 
(Pulsa aquí y deja que Dizzy Gillespie te guíe en la lectura con su Girl of my dreams)

He estado buscándote en aquel lugar donde servías platos. No creas que volví al día siguiente de verte por primera vez. Antes de hacerlo esperé una semana, y es extraño, porque nunca olvido una cara, pero esa condenada semana resultó ser el tiempo suficiente como para olvidarme de algunos de tus rasgos, pero no de la increíble sensación reconfortante que significa estar a tu lado, o de esa bonita forma en que movías tus labios cuando me hablabas.

Volví al lugar donde servías esos platos. En tu lugar había otra chica, no se movía como tú entre las mesas, ni con tu sonrisa ni con tu gracia. No me preguntes cómo supe, sin recordarte, que no eras tú, pero me conozco y sé reconocer mi hogar cuando me doy de bruces contra él. En tu sonrisa estaba, mi acogedor hogar, y también lo reconocí en esa jodida manera que usaste para seducirme con un guiño y una nube de humo.

Una putada, porque con lo que odio el tabaco... el humo, viniendo de ti, me pareció una caricia y el guiño un gancho de izquierda partiéndome la cara.

Esto no puede quedar así. Volveré a buscarte el próximo fin de semana.

*foto de aquí.