... Y la chica regresaba al bosque a oír historias, a veces nevaba, a veces llovía, y en aquellas tardes sus ojos se volvían de un gris tan claro que en ocasiones parecían blancos.

-Piedra y la chica de ojos azules-

Hora Perdida en tu Pelvis


Pulsa play y escucha al gran Django Reinhardt tocando September Song
 
―Me gustan los tres segundos antes de que un beso nazca, que acerques tus labios a un centímetro de los míos, tanto que me pueda comer tu aliento, pero que al final no haya beso, no todavía, que sea... como saborearlo sin que exista, que sea...
―Una pequeña tortura ― dijo ella.
―Sí, justo eso. Me gusta enredar los dedos en tus cabellos, pasar mis yemas por tu espalda tumbada, de lado, mientras todo está en penumbra y en silencio. Hundir mi nariz en tu nuca y aspirar todo lo que llevas dentro. Pasarte un brazo por encima y dejar caer mi mano por tus caderas.
―Quiero eso.
―Encontrar un doblez entre tu pelvis y el comienzo de tu muslo, y recrearme en él, matártelo a caricias; bajar con mi boca por tu cuello hasta el precipicio de tu hombro y acabar besándolo, suave, como se toca la seda, o como se siente tu respiración cuando duermes. Mi mano buscará entonces el interior de tu muslo y abrirá el hueco que necesito para meterme bajo tus sábanas, y...
―Para.
―Y no sabremos donde empieza una piel y acaba un deseo.
―Para.

Entonces todo quedó de nuevo en silencio y el reloj pasó de las 1:59 a las 3:00. Perdieron una hora justa.

―Quítate la ropa ― dijo él. Tenía hambre por recuperarla.


Mis Centímetros Favoritos de tu Piel

Pulsa Play y oirás... - Gardens in the Rain - Claude Debussy

Siempre haces lo mismo. Te vas, y yo me quedo encerrado en el escritorio de tu casa, solo, vomitando todo lo que llevo dentro, directo a las teclas, golpeándolas con fuerza, a veces no tanto, a veces deposito los dedos sobre ellas, suaves, como si fuesen las negras de un piano al final de una polonaise de Chopin, como si estuviera tocando con ellos mis centímetros favoritos de tu piel. 

Siempre haces lo mismo. Te vas y me dejas solo de noche. Escribiendo. Esperando tu regreso. Y a las tantas de la madrugada, cuando ya las cigarras se han quedado sordas y el silencio es como una fina capa de menta y chocolate, oigo tus llaves. Entras, a oscuras, y rompes esa capa, y te detienes en el pasillo, sin decir nada. Entonces me miras. Y lo vuelvo a ver en tus ojos, vienes con dos copas de más, casi desmaquillada y con el pelo alborotado. Vienes como eres, como me gusta, con ese ronronear... Vienes con tu coño hambriento de orgasmos.

Te acercas, me acercas la catedral de tu cuerpo. Te subes el vestido y en dos movimientos te quitas las bragas. Te sientas sobre mí, a horcajadas, y tus brazos comienzan a rodear mi cuello. Entonces llevo mis dedos a tu boca, comes, luego los hago descender, y como de ti. Te comen. Entera. Comenzando por mis centímetros favoritos de tu piel.

Luego te tumbo sobre el escritorio y sigo escribiendo de forma frenética, sobre ti. Esta noche va a ser larga.

Siempre haces lo mismo. Te vas... y vienes así. Nunca dejes de hacerlo. Me atrapas.

De mi puño (XIV): Juego

Rojo Lucifer

 
Cada vez que voy a circular con mi coche por la calle más ancha del centro del pueblo suplico en silencio para no tener que parar ante el semáforo de la próxima intersección. El condenado disco verde permanece sólo unos segundos, y cambia a ámbar demasiado rápido.

El asunto es que cada vez que emboco la calle dirijo la vista al horizonte, si veo que el disco está verde acelero al máximo pero... siempre acabo maldiciendo, dándome por vencido, porque cuando llego a su altura el semáforo ya ha cambiado a rojo.

Casi siempre me lo hace cuando me quedan unos metros para sobrepasarlo. Entonces detengo mi coche y la eternidad se cierne sobre mí. Y no te haces a la idea de lo que supone eso, porque todo ese tiempo me quedo pensando en ti, en aquella vez que reíamos y me puse serio, de repente, y te miré de cerca, a tus ojos, y desfiguré tu sonrisa, besándote y metiéndote dos dedos en la boca.

Quiero que sepas que no voy a dejar de conducir por esa calle.

*foto de aquí.

Niebla en Despertar Imperfecto


Pulsa Play y oirás a Chopin - Op. 55 - No. 1 In F

Abrí los ojos cuando dieron las seis. Siempre despierto a horas en punto...
...pero no hay relojes que marquen mi ritmo, los destrocé todos hace tiempo. Bueno, casi. Creí estrujarlos con mis propias manos como se hace trizas un pedazo de pan crujiente con la forma de un dodecaedro. Pero no, algunos han sobrevivido, por eso sigo escribiendo.

Desperté y había niebla en el mar. Me gusta la niebla porque nos hace parecer diferentes, porque parece que más allá de ella no habrá nada, porque parece que el mundo se apaga.

Me vestí, salí y me adentré en ella, blanca, me detuve a orillas del mar quieto. Olía a ti cuando duermes. Tomé una foto y deposité un recuerdo. Luego monté en mi coche y conduje, solo, sin luces, a poca velocidad. Con la niebla la carretera parecía morir diez metros por delante y las señales de tráfico parecían derretirse a mi paso, como gigantescas piruletas de metal.

Me detuve al cabo de unos kilómetros, estaba al borde del precipicio.

Todavía sigo teniendo ganas de comerte los besos.

*Nota: Rompiendo Relojes es... un nuevo cuaderno para Scriptoria, no sé cuánto durará ni adónde va a llegar. En realidad... ¿qué más da?
*foto de aquí.

Rompiendo Relojes y Liberando Cupidos


En ocasiones uno se cree tan invencible que a veces tiene que entrar desnudo en el mar embravecido y frío y perder esa batalla para volver a demostrarse que no es nadie.

El tronco de leña crujió una vez más, envuelto en el fuego de la chimenea, y entonces él dijo:

- El tiempo aquí, en esta habitación, transcurre como en el cuento que escribí, lento, como el crepitar de la leña.
- ¿Escribiste eso en un cuento? - preguntó ella sonriendo desde el otro lado del sofá.
- Sí.
- ¿Me lo lees?

Y eso hizo, y al acabar... él tomó entre sus manos los pies desnudos de ella y comenzó a escribir unas palabras mudas, lo hizo lento, como dando un masaje con la yema de sus dedos.

Tan lento como el crepitar de la leña, o como caen en invierno las hojas de un calendario de pared. Para entonces ella era sueño vuelto realidad, demasiado única para dejarla escapar.

*foto de aquí