Hoy no voy a ejercer de cuentacuentos. Iba a contar esta historia como si fuese un sueño pero... ¿cómo se cuentan los sueños rotos?. He parado las máquinas de la fábrica en que se ha convertido Scriptoria para contaros esto con mis propios recuerdos.
Han demolido la estación de tren de mi pueblo.
En sus andenes lloraron vidas y de ellos se han barrido adioses, abrazos y versos. Aquella estación se levantó en torno a 1860 y formó parte de la segunda red ferroviaria del país. Era una de las más antiguas de España. El andén de esa estación fue lo primero que pisó mi abuela al llegar a Andalucía, con tan sólo 15 años. Y de allí tuvo que partir en los años de posguerra, sola, y con cinco hijos bajo el brazo.
En sus andenes lloraron vidas y de ellos se han barrido adioses, abrazos y versos. Aquella estación se levantó en torno a 1860 y formó parte de la segunda red ferroviaria del país. Era una de las más antiguas de España. El andén de esa estación fue lo primero que pisó mi abuela al llegar a Andalucía, con tan sólo 15 años. Y de allí tuvo que partir en los años de posguerra, sola, y con cinco hijos bajo el brazo.
Sobre aquel andén se dejaron besos que flotaron en el aire encendido, a fuego y a sangre, entre dos Españas enfrentadas en una absurda guerra de casapuertas.
Allí esperé a amigos, al viento, a amores perdidos. Allí he repasado las últimas líneas para un examen, he escrito, he llorado, he reído. Y hasta intenté averiguar a veces, mirando el reloj que colgaba del techo de la estación, las horas que me quedaban para sentirme vivo.
Y ahora todo se ha roto a golpe de grúas, metales, hierros y ni un solo grito.
Maldigo a todos los responsables que han permitido que el patrimonio de los sueños rotos se vea engrandecido por la riqueza de sus bolsillos... sean quienes sean... yo los maldigo.
*fotos de la estación de mi pueblo (Principios S. XX. Archivo histórico municipal).