(Pulsa aquí y escucha Je Te Veux, compuesta por Erik Satie, mientras vuelves a esta página y me lees)
Volví a bajar por la Cuesta de las Calesas en una de esas veces en que el cielo parece un gigantesco manto blanco, opresor. Me ahoga un cielo así, cubierto por una sola nube plana e infinita, me ahoga como una ecuación que me es imposible de resolver, porque no hago otra cosa que alzar la vista hacia esa maldita planicie, buscando un islote del celeste habitual, una rendija por donde lograr escapar de mí.
Bajaba por la Cuesta de las Calesas y olía al Cristo de los Inciensos. Ahora, en pleno noviembre, aconteció para mí una segunda estación de penitencia cuyos golpes de fusta eran los recuerdos en color de cada una de tus miradas, tonos de blues que se volvían sopranos a cada golpe.
"¿Escribes?" rezaba el título del cuaderno de las páginas en blanco. "Sí" contesté, solo, un día antes, en mitad de todas aquellas mesas vacías. Y entre blancos me ahogaba, el del papel y el del cielo cubierto. Como aquel escritor que entró en coma, quedé suspendido. Solo que yo no permanecí ante una mesa, a mitad de camino de la cuesta comencé a elevarme lentamente, levitando, en proceso de descongelación, como un divorcio que se alarga un año tras otro por culpa de la burocracia, o porque uno de los dos aún ama al otro.
Y ascendí, envuelto en el incienso que tanto aborrezco, en busca de una isla celeste, lacerado por el color de tus ojos de blues, como un cristo sin sexo, y en las hojas en blanco de aquel cuaderno quedó un sólo "Sí" de mis labios, impreso.
Un sí que se repetía en mi ascenso. Sí, sí, sí, sí, sí, sí...
*foto: AdR.