El otro día iba yo sentado en la linea 1 de metro con mi
libreta, escribiendo, claro... Se abren las puertas en
Pacífico y entra él. Yo no podía dar crédito. ¡Era él! Se sienta enfrente de mí y se queda mirándome:
- ¡¿Qué?! ¿Es que no vas a decir nada? - pregunta violento-, ¡seguro que ya... ni me conoces!
- Claro que te conozco, Amadeo. No me he olvidado de ti - le digo al protagonista de mi novela.
- ¡Pues no lo parece! ¿eh? No lo parece...
Las caras anónimas del metro mirándonos, estupefactas.
- Y vas por ahí diciendo... mmmm, alardeando, que soy tu
alter ego, tu
yo paralelo, el
yo que soñaste una vez...- seguía él con su sorna-. ¿Cuándo me vas a terminar?
- El otro día te acabé un capítulo.
- Uuuuuhh... un capítulo... un capítulo.
- Joder, tío, tengo el portátil roto y...
- Y por poco me dejas dentro, tostadito como una de sus piezas electrónicas.
- Ya he recuperado
nuestra historia del
discoduro.
- ¡
Mi historia!- exclama alzando la voz.
Bajo la cabeza.Silencio resignado.
- Señora - dice dirigiéndose a la mujer cuasi octogenaria de su izquierda mientras le muestra una parte de su costado -. ¿A que no ve usted esto justo? ¡Es de juzgado de guardia, vamos!.
Amadeo se había levantado la camiseta y mostraba una parte de su costado, aún incompleto.
- ¡Uy, uy, uy, uy...! ¡Es usted un maltratador! ¡No tiene verguenza! - me dardea la señora.
- Yo...
- ¡Callese! ¡Tengo edad para ser su abuela! ¡Gamberro!.
- Miren, miren...y aquí me falta un trozo de memoria - dice Amadeo levantando una mata de pelo negro de su cabeza bajo la atenta mirada de todo el vagón.
- ¡Que despropósito!.
- ¡Insensato!.
- ¡Animal!.
- ¡En qué estará pensando!.
Esperé a que las voces se acallaran para comenzar a hablar.
- Amadeo, ese trozo de tu memoria lo llevo en esta libreta roja. En lo último que escribí pasó algo maravilloso y tú decidiste no estar presente para que tu madre fuese la única dueña del momento... Mira, te lo leo - abrí mi libreta y leí en voz alta.
A medida que avanzaba por párrafos del capítulo la memoria de Amadeo fue apareciendo, quedando a la vista de todos.
- Ya veo - dijo más tranquilo.
- ¿Lo ves? - inquirí - tienes que ser más paciente.
- ¿Puedo? - preguntó señalando mi libreta. Todos le miramos.
- Claro. Adelante.
Dio un paso y desapareció dentro de ella.