... Y la chica regresaba al bosque a oír historias, a veces nevaba, a veces llovía, y en aquellas tardes sus ojos se volvían de un gris tan claro que en ocasiones parecían blancos.

-Piedra y la chica de ojos azules-

De mi puño (IV)

Sigo con las páginas escritas en el cuaderno... Aunque el título rece De mi puño (IV) no tiene nada que ver con entregas anteriores. Para leer el resto de páginas manuscritas del cuaderno pulsa en El Cuaderno de Chinatown.


La Fiebre del Oro


Luis subió a su apartamento y rebuscó en el cajón de su mesita de noche. Recogió todo lo que brillaba en dorado y lo echó en una bolsita de cuero. Luego salió hacia la tienda. Entró como un rayo y al llegar al mostrador derramó el contenido de la bolsa.

- ¿Qué me das por todo esto? - le espetó al dependiente.

El hombre estudió las piezas del mostrador, miró a su cliente y dijo:

- Caballero, esto que me ha traido no es oro. Lo siento.
- Lo sé - dijo Luis mientras sacaba un folleto y una fotografía de su bolsillo-. Y ahora que usted ya sabe que no poseo alhajas que le puedan interesar...

Señaló la fotografía que había puesto sobre el mostrador y continuó:

- Éste de aquí es mi coche ¿Lo ve bien? Es un puto Peugeot 308, color champagne. Quizá para usted, que regenta este negocio, mi coche es un coche de mierda. Pero para mí es el mejor que puedo tener ahora ¿Ve la matrícula? ¿La ve bien? Memorícela ¿Ya? - el dependiente asintió-. Bien, pues ahora mire este otro papel. Este que dice que paga hasta 37 euros por gramo de oro ¿Lo reconoce? Sí ¿verdad?.

El dependiente volvió a asentir.

- Estoy hasta los mismísimos cojones de quitarlo cada día de las escobillas de mi parabrisas ¿Me oye?-. Esta vez el dependiente ni se atrevió a moverse-. Tengo más de veinte panfletos de mierda como este guardados en la guantera de mi coche. Aparco bajo el árbol grande que hay en el parking de la playa. Ya ha comprobado que no tengo oro, se puede quedar con toda esta mierda de chatarra y timar a las viejas ricachonas que quiera, pero como vea un sólo folleto más de esta puta mierda de negocio suyo sobre mi coche le mando a Orson.

Luego recogió la fotografía de su coche del mostrador y salió de la tienda.

-.-

Gracias a Miguel Baquero por la crítica literaria sobre mi libro Scriptoria en la revista digital Literaturas.
Para leerla pinchad aquí.

*foto de aquí

Nuestra Mesa


 
(Pulsa play. Interpretado a piano por una de mis lectoras, que ha preferido permanecer en el anonimato,
os traigo... El Vals de Amelie *de Yann Tiersen*)
 

Volví a la cafetería. Marqué sobre las baldosas los últimos pasos, con una reverencia absoluta, y me detuve frente a nuestra mesa. Mi figura era como una estatua de sal coronada por una mueca de amargura. A esa hora todo estaba quieto y en silencio, vacío. Al otro lado de la cristalera las palmeras eran azotadas por el viento de una manera tan brusca que rozaba la perversión. Era como estar a salvo encerrado en el ojo del mayor huracán de la historia del planeta.

Mirando nuestra mesa recordé las veces que yo la había hecho mía, antes de conocerte. Sobre ella escribí una docena de relatos y la mitad de una novela. Luego la hicimos tan especial que poner mis manos ahora sobre ella sería como violar con espectacular saña a la última virgen de la Tierra.

Contemplé una proyección de mí junto a la mesa. Estaba sentado y el camarero me traía un café y un croissant. Me lo llevaba a la boca y al morderlo se hacía trizas, como si fuese una piedra porosa, soltando arena en mi lengua. Yo apartaba luego la taza y el plato y apretaba mis manos, una contra la otra, con una rabia desmedida de impotencia, con tanta fuerza que si hubiera tenido entre ambas una roca diamantina la hubiera pulverizado sobre la mesa.

En ese momento mi imagen se desvaneció. El camarero me preguntó si iba a tomar algo. Mi yo real, allí de pie, negó con la cabeza y dejó aquella cafetería para no volver jamás. Ya afuera, el viento me azotaba del mismo modo que castigaba a las palmeras. Abrí mi cuaderno y comencé a escribir el comienzo de este cuento.

* foto de aquí