(Lee el comienzo, si quieres, aquí)
Te pedí que siguieras mirándome, lo has hecho, y ha sucedido. Entre esa forma que le das a tus labios en descanso y esos ojos del color de la miel tostada que tienes... has acabado rompiéndome. No es necesario que hagas nada más, pero igual no te has percatado, porque yo no adquiero un tono de gravedad cuando ocurre, suelo sonreír.
Sonrío, te miro, miro hacia otro lado y... ahí me quedo. Quizás no te has dado cuenta, digo quizás porque... a veces soy tan transparente que podrías ver a través de mi piel cómo mis órganos se deshacen a cámara lenta, como las hebras de lino de un viejo manto.
No me importa que estés rota. A mi forma... yo también lo estuve, a tu forma... me acabas de romper. Y me gusta, porque la normalidad aburre, y la normalidad es sentir tu boca bajo este calor a tres puños de la mía y no poder besarla.
La próxima vez... hagamos lo imposible por quedarnos a solas. ¿Es que no lo estamos deseando?