Lleva una falda de estampados florales en blancos y grises que cae hasta sus rodillas y un suéter negro. Acaba de entrar en el Manila 1969. Se ha acercado a la barra para pedir un café y mientras el camarero lo prepara barre con la mirada el local, está eligiendo mesa. Hoy será la del rincón, justo a la cristalera. Así podrá ver a la gente pasar, como hace con los segundos el reloj guardado en el cajón de su mesita de noche, ese que ya no se pone.
Le sirven el café sobre la barra y ella suelta unas monedas, rompe el sobre de azúcar por una punta y vierte el contenido en el vaso, pero no al completo, siempre deja algo dentro porque ella es del tipo de personas que piensan que hay que encontrarle la medida justa a todas las cosas, y un sobre de azúcar siempre trae demasiada dentro.
Coge el vaso y se sienta a la mesa, y mientras mueve la cucharilla para diluir el azúcar mira a la calle. En lugar de verle las caras a los transeúntes ella distingue en su lugar la esfera del reloj que guarda en su mesita. Al cabo de medio minuto suelta la cucharilla sobre la mesa.
"Ya está. Éste es el café perfecto" se dice mientras los relojes siguen caminando afuera y sus esferas se reflejan en la cristalera del Manila. Luego toma un sorbo mientras recuerda: "¿Te gusta el reloj, cariño?", "Mucho" le contestó ella mientras se lo probaba. "Te viene como anillo al dedo" le dijo él.