... Y la chica regresaba al bosque a oír historias, a veces nevaba, a veces llovía, y en aquellas tardes sus ojos se volvían de un gris tan claro que en ocasiones parecían blancos.

-Piedra y la chica de ojos azules-

Odio que me traigas el desayuno a la cama


Ya sabes lo que odio que lleves el desayuno a la cama, que estando aún dormido empujes la puerta o le des una caricia sensual de tu cadera, lenta, y digas eso de: "Cariño, te traigo el desayuno", y entres en el dormitorio con una bandeja llena y me la pongas sobre las sábanas.

Odio una bandeja así en mi cama. Es como un retroceso en la actividad cerebral, una pérdida de tiempo, una soberana estupidez que me somete a una invalidez forzosa y suprema, que me obliga a esbozar una sonrisa agradecida, a moverme lento, como una caricia innecesaria; una estupidez que me obliga a ir con sumo cuidado para que las putas migas no campen a sus anchas por mi regazo y mi almohada.

Odio que traigas el desayuno a la cama, me aprisiona, me vuelve lelo, viejo, torpe, me convierte en un engendro de laboratorio, en una bacteria amorfa y coja, en una ameba acorralada.

Déjalo. Olvida el desayuno.

A mí lo que me gusta es que sigas durmiendo, levantarme temprano, prepararlo todo, dejarlo sobre la mesa de la cocina y entrar en el dormitorio en silencio, volviéndome oscuridad de la mañana, de persianas bajadas. Entraría como lo haría una pantera negra o un león rompiendo la cortina de niebla de una sabana. Subirme así, a cuatro patas de león, a la cama donde duermes, y arrancarte el pantalón del pijama, las bragas... y empezar a lamerte lento las ingles dormidas. Notarlas cálidas, desear más y abrirme paso entre ellas, a golpe de lengua y embestidas de mi boca y de mi cara.

A mí lo que me gusta es hacerte y que me hagas. Y olvidarme del puto desayuno, que se enfríen sobre la mesa los cafés y se congelen las tostadas, mientras mi boca y tu sexo se follan y se alternan en el primer puesto del podio de todas las batallas que libramos.

*foto de aquí.