Si los humanos que ahora quedan vivos sobre la Tierra echasen la vista atrás en el tiempo e intentaran averiguar de qué forma se llegó a la situación actual, apenas conseguirían vislumbrar unos centímetros de la punta de la verdad.
No sabrían que una mujer vestida de negro llegó una noche a la Casablanca, que con sus malas artes (tan bien disfrazadas) consiguió obtener plenos poderes de mano del presidente. Tan sólo recordarían que éste aparecía en televisión cada vez más demacrado y que a partir de ese momento el bastón de mando de la nación más influyente del mundo sería, y cada vez con más frecuencia, empuñado por la mujer de negro.
Quizás sólo un puñado de hombres de los que quedan vivos dudaron durante un segundo de las palabras que la mujer soltaba ante las cámaras, quizás sólo unos pocos. Pero ni uno solo fue capaz de oponerse a sus propuestas. En los próximos meses a su primera aparición en las pantallas los Estados Unidos sellaba alianzas militares con Irán, Libia, Chechenia, Cuba, China, Corea del Norte y Venezuela. Armó a Hamás y entrenó nuevos ejércitos por toda África. En palabras de aquella mujer, toda esa red de alianzas poseía coherencia.
La noche antes de que los Estados Unidos lanzase la primera bomba atómica sobre la capital alemana la mujer de negro se deslizó sobre la mesa del despacho oval como lo haría una enorme serpiente, descolgó el teléfono del presidente e hizo tres llamadas.
En una habló en coreano, en la segunda en chino. En la última dejó notar todo su acento venezolano para indicarle al presidente de su país que acababa de concluir su trabajo.
Y aquella noche, la mujer cuyos sueños se cumplían, soñó que el mundo, tal y como lo conocíamos, terminaba destruido por cientos de bombas atómicas y que ella moría pulverizada bajo el calor infernal de una de ellas.
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Feliz Noche (que no fin del mundo) a todos
*foto de aquí