... Y la chica regresaba al bosque a oír historias, a veces nevaba, a veces llovía, y en aquellas tardes sus ojos se volvían de un gris tan claro que en ocasiones parecían blancos.

-Piedra y la chica de ojos azules-

El Duende de los Deseos

Hoy no traigo nuevo relato pero os comparto una obra de teatro de guiñoles que escribí en varias tardes para interpretar ante niños de 4 años. Sí, fue tarea de padre para la última semana del curso pasado 😇 No esperéis mucho de ella aunque... hay más de mí en sus personajes de lo que a veces uno puede llegar a pensar.

Pulsad en el enlace para acceder a la página de descarga:

El duende de los deseos

*la foto es de aquí

Golpe de Efecto


(Este texto lo he guardado durante casi una década. Lo publico ahora)

Hoy creo que Amelia me quería besar. Eso es lo que creo hoy, mañana no sé si creeré en esos labios de Amelia, o en los de alguna otra. Porque yo soy así, un día creo que todo orbita a mi alrededor y al siguiente pienso que sólo sirvo para estar tumbado en el sofá.

Al volver de la playa vi a un hombre de otra época a través de la ventana de un café. Eran las seis de la tarde y me dirigía al coche llave en mano y sombrilla colgada al hombro. El sol se estampaba furioso sobre la ventana de aquel local y en una mesa al otro lado mi hombre de otra época ojeaba nervioso un periódico amarillento. Supe que la luz solar de esta primavera invernal había provocado un desgarro en el tiempo, había traído a ese hombre de alguna parte y lo había colocado al otro lado del cristal.

Para mí.

Si tuviera que compararlo con alguien diría que era como Gus Lobel, el personaje que interpreta Clint Eastwood en Golpe de Efecto. Un viejo cascarrabias, con gorra calada y dificultad para ver. Si estuviera un poco más loco podría jurar sobre cualquier ejemplar de Sexus que el sol me había traído a Gus aquella tarde, no a Clint. Fue eso o el sol también podría haberme traído a mi yo del futuro para mostrarme cómo iba a acabar. Cada vez estoy más cerca.

Mañana debo seguir creyendo que Amelia me quería besar. No he visto otros labios como los de ella. Y temo quedarme solo en mitad de esta tormenta solar.

*foto de aquí.

Nota: La frase que da comienzo a esta entrada la he robado del diario de noviembre de un niño de 8 años (de esto hace casi 9 años ya). El hombre que parecía de otra época fue real, yo volviendo de la playa también. El resto no lo es, pero estoy lo suficientemente cuerdo como para jurar cosas sobre el Sexus de Henry Miller. 

No es un puto solo de guitarra más

 "Pocas cosas hay tan jodidas y dañinas que escuchar, en mi estado actual, que el solo de guitarra acompañado de batería del Nothing Else Matters de Metallica"

me dije una mañana que conducía carretera abajo, justo antes de que el sol saliera de frente a golpearme en los ojos.

Ya lo habíamos escuchado juntos infinidad de veces en el asiento trasero de mi coche, Carrie. Son sólo 28 segundos instrumentales, del minuto 4:56 al 5:24 de la canción. Y siempre que escucho el puto solo, Carrie, me suena a todas las cosas intangibles que habíamos construido y que estábamos perdiendo por la obcecada cabezonería de que ninguno de los dos hacíamos algo para mantenerlas inmaculadas.

Los recuerdos no son solamente una serie de las mejores fotos impresas de distintos momentos de nuestras vidas juntos deslizándose por las notas de ese puto solo de guitarra golpeado por la batería. Porque es así, la guitarra es una maravilla y la batería no acompaña, la batería golpea las notas intentando derribarlas. Me ha costado más de 30 años darme cuenta de esto. Que no, Carrie, que las cosas no son así. Que uno no se empeña en construir cosas para que luego vengas tú a derribarlas con tus caóticos golpes azarosos de baquetas... echándome la culpa de todo.

Con lo que me gustaba ese solo en la década de los 90... Y ahora, mira, si el puto solo fuera una escultura de cristal de Bohemia salpicada de joyas de Swarovski en mitad de una boda de diseño... la destrozaría de un golpe empuñando una Fender Stratocaster del 74. Mi jodido año, Carrie.

Tengo que recomponerme, empezando por olvidarme de tus golpes de batería. Es que los tenías guardados durante años y cuando los has sacado... me han dejado el corazón como un colibrí muerto cayendo al vacío.

*foto de aquí

 

Ya no

No sé por qué ese día mis manos estaban tan frías. Es algo que te sorprendió cuando tendiste las tuyas hasta alcanzar las mías en esa media mañana soleada y rabiosa de abril, un día antes de mi cumpleaños.

Y no consigo explicarme por qué estaban así si siempre me laten, ambas, fervorosas como el corazón galopante de un purasangre. 

Purasangre, yo... que con medio siglo entre pecho y espalda no atino a vislumbrar, con mis incertidumbres, los órganos que podrían quedarme sanos en el cuerpo. Entiende aquí sanos como capaces de seguir amándote de la misma forma que hacíamos en nuestros comienzos. Los tengo atrofiados. Todos los órganos. Ese fue el terrible diagnóstico del mes pasado.

Aquella media mañana cogiste mis manos y, por una vez, fueron las tuyas las que me dieron el calor que necesitaba.

-Ojalá todo lo demás fuera tan fácil como esto- solté en un débil resuello-. Que el calor de unas manos aplacara la frialdad de mármol de Carrara de otras.

Ya no.


*foto de aquí

Sus primeras palabras

 Érase una vez un niño a punto de pronunciar sus primeras palabras.

-Callad, callad -susurró el padre a los presentes.

-Silencio -pidió la madre-. Va a hablar. 

El niño separó los labios, levantó ligeramente el mentón y dijo con total claridad:

-Estoy muriéndome. 

Todos celebraron con regocijo esa gran verdad y supieron que el niño... sería escritor.

Sobre la mecánica de dejarte un buen café

-Hacerme el café no es una muestra de amor. Es algo mecánico - dijiste.

A la mañana siguiente me levanté y, como cada amanecer de los últimos años y mientras dormías, inicié mi ceremonia: Me dirigí a la cocina y cogí dos tazas. 

-Llevo demasiados años sin escribir así. He perdido mi voz -me dije-. Pero... tengo que encontrarme. Porque pienso que sigo aquí, encerrado y oculto en estos scriptoria.

Desde hace un tiempo me gusta moler los granos de café. Es como triturar los buenos recuerdos que tenemos juntos para olerlos, compactarlos y extraer en esencia líquida todo lo que hemos sentido en ellos.

Desnatada para ti. Entre 14 y 18 centílitros de los abrazos y los besos que nos dimos por las calles de Florencia. Ya está. Las calles empedradas de una Florencia soleada, contigo... pocos recuerdos hay mejores que ese.

Ahora hay que inclinar las dos tazas en la máquina de café porque... Al ser tan baja, y las tazas tan altas, no caben de pie una junto a la otra. Esto es algo que me ponía de mal humor al principio, ahora no. Ahora las inclino hasta hacer tocar sus bordes. Suena un clic. Esto es un beso en la Piazza Navona de Roma, me digo. O el final de uno de nuestros resuellos contenidos al pasar en góndola bajo uno de los viejos puentes de Venecia.

Ahora lo más importante: liberar la esencia de los buenos recuerdos. Las primeras gotas de café son las más concentradas porque corresponden a los recuerdos iniciales. Tu sonrisa nada más montar en mi coche, la oscuridad de tus ojos luminosos mirándome, lo cómodos que nos sentimos charlando a orillas de una playa.

Debo ser cuidadoso y cortar el torrente de recuerdos para que nuestras tazas no rebosen. Dejar otros para la mañana siguiente.

Y eso hago.

Y eso quiero.

Que todas las mañanas sean así.

Contigo.

No sé quien está equivocado de los dos, quizás los dos, quizás ninguno pero... Quiero que sepas que esta ceremonia, la creas mecánica o no, es la puñetera tabla de salvación, en mitad de todo este océano tempestuoso que hemos dejado crecer, a la que me he aferrado para mantenerme unido a ti.

No dejemos que las olas nos separen.

*foto de aquí