(Ésta es la última parte de este cuento infantil.
Antes de seguir leyendo puedes leer las cuatro primeras partes aquí:
Una, Dos, Tres y Cuatro)
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Una, Dos, Tres y Cuatro)
El crujir de las barritas de Kit Kat de los jueces dio paso al avance de los gigantescos muñecos de Yogur Helado hacia la muralla, y del lado del reino llovieron piruletas de corazones calientes, que nada pudieron hacer para detener ese avance. Fueron contrarrestadas por los helados de cucuruchos y barquillos que lanzaban pingüinos y morsas.
Y al chocar en el aire piruletas y otros caramelos con helados de todo tipo los jueces se ponían de pie y gritaban: sweet, tasty, divine y otras consignas de guerra ante el fragor de la batalla y el miedo de la población, que veía cómo los muñecos de Yogur Helado se abrían paso por la muralla de chicle mojada y semiderruida.
Pronto incluso los soldados de la Guardia Real de Chocolate Envuelta en Papel Dorado retrocedieron ante el furioso y helado avance de tropas de la Princesa de Nata que, Báculo en mano, seguía ordenando el lanzamiento de helados y toppings.
Una vez llegaron a la plaza principal cientos de ositos Haribo, de los colores más extraños que puedes llegar a imaginar en tus sueños, fueron engullidos por riadas de helados, pero ni los ositos ni los soldados morían, no, sino que una vez empapados por el helado ellos mismos se relamían y daban buena cuenta de lo gratificante que era el novedoso sabor que en su piel de gominola y chocolate les había dejado la nata y la vainilla.
La Princesa de Nata comenzó a subir las escaleras que conducían al castillo, porque el rey, lejos de luchar en primera fila en la batalla, se había recluido en la sala del trono de galleta. Y allí, temeroso, esperaba a su hija. La Bruja abrió las puertas con un hechizo de sorbete de lima y la niña se adentró en la oscuridad de la sala de chocolate negro.
- ¡Padre! -gritó iluminando la estancia con su armadura de Limón Helado Fulgurante- ¡Tu reino de gominola ha caído! ¡He venido a tomar lo que me corresponde!
Y a medida que avanzaba las paredes de la sala se iban recubriendo de nata. El rey permaneció en silencio, tan abrumado estaba por el ímpetu de su hija. Se levantó del trono, dejó caer su cetro y se apartó.
- Has vencido justamente. Fui vil contigo cuando no podías defenderte. La reina y yo merecemos castigo -dijo señalando a su esposa, que permanecía en silencio.
- El único castigo que os impongo es que seáis de la misma condición que la humilde gente de vuestro pueblo. Os despojo de vuestro aura de realeza endulzada. A partir de ahora gobernaré con helada calidez para todos por igual. ¡Queda establecido el primer día del primer año del primer invierno en este nuevo reino de Heladalia! ¡Y que dure cuanto sus ciudadanos lo deseen por votación! -exclamó tomando asiento en el trono.
Para entonces los habitantes del reino ya formaban un pasillo afuera y esperaban a que la comitiva de la marcha de la nueva Reina de Nata procesionara por las calles heladas y endulzadas. Al fin y al cabo atiborrarse una vez al año de helados... tampoco podía ser tan malo.
Pronto incluso los soldados de la Guardia Real de Chocolate Envuelta en Papel Dorado retrocedieron ante el furioso y helado avance de tropas de la Princesa de Nata que, Báculo en mano, seguía ordenando el lanzamiento de helados y toppings.
Una vez llegaron a la plaza principal cientos de ositos Haribo, de los colores más extraños que puedes llegar a imaginar en tus sueños, fueron engullidos por riadas de helados, pero ni los ositos ni los soldados morían, no, sino que una vez empapados por el helado ellos mismos se relamían y daban buena cuenta de lo gratificante que era el novedoso sabor que en su piel de gominola y chocolate les había dejado la nata y la vainilla.
La Princesa de Nata comenzó a subir las escaleras que conducían al castillo, porque el rey, lejos de luchar en primera fila en la batalla, se había recluido en la sala del trono de galleta. Y allí, temeroso, esperaba a su hija. La Bruja abrió las puertas con un hechizo de sorbete de lima y la niña se adentró en la oscuridad de la sala de chocolate negro.
- ¡Padre! -gritó iluminando la estancia con su armadura de Limón Helado Fulgurante- ¡Tu reino de gominola ha caído! ¡He venido a tomar lo que me corresponde!
Y a medida que avanzaba las paredes de la sala se iban recubriendo de nata. El rey permaneció en silencio, tan abrumado estaba por el ímpetu de su hija. Se levantó del trono, dejó caer su cetro y se apartó.
- Has vencido justamente. Fui vil contigo cuando no podías defenderte. La reina y yo merecemos castigo -dijo señalando a su esposa, que permanecía en silencio.
- El único castigo que os impongo es que seáis de la misma condición que la humilde gente de vuestro pueblo. Os despojo de vuestro aura de realeza endulzada. A partir de ahora gobernaré con helada calidez para todos por igual. ¡Queda establecido el primer día del primer año del primer invierno en este nuevo reino de Heladalia! ¡Y que dure cuanto sus ciudadanos lo deseen por votación! -exclamó tomando asiento en el trono.
Para entonces los habitantes del reino ya formaban un pasillo afuera y esperaban a que la comitiva de la marcha de la nueva Reina de Nata procesionara por las calles heladas y endulzadas. Al fin y al cabo atiborrarse una vez al año de helados... tampoco podía ser tan malo.
fin
*foto de aquí