No sé por qué ese día mis manos estaban tan frías. Es algo que te sorprendió cuando tendiste las tuyas hasta alcanzar las mías en esa media mañana soleada y rabiosa de abril, un día antes de mi cumpleaños.
Y no consigo explicarme por qué estaban así si siempre me laten, ambas, fervorosas como el corazón galopante de un purasangre.
Purasangre, yo... que con medio siglo entre pecho y espalda no atino a vislumbrar, con mis incertidumbres, los órganos que podrían quedarme sanos en el cuerpo. Entiende aquí sanos como capaces de seguir amándote de la misma forma que hacíamos en nuestros comienzos. Los tengo atrofiados. Todos los órganos. Ese fue el terrible diagnóstico del mes pasado.
Aquella media mañana cogiste mis manos y, por una vez, fueron las tuyas las que me dieron el calor que necesitaba.
-Ojalá todo lo demás fuera tan fácil como esto- solté en un débil resuello-. Que el calor de unas manos aplacara la frialdad de mármol de Carrara de otras.
Ya no.
*foto de aquí
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