Ambos lo sabíamos.
Me he llevado media vida escribiendo en pliegos de papel que amontonaba al borde de mi ventana. Cientos. Unos sobre otros. Y al final a duras penas mantenían el equilibrio de su calma quieta. Una historia se acostaba sobre la otra, como ocurre en cada una de nuestras vidas. En la tuya, en la mía.
La última tormenta se los llevó. A todos. El viento golpeó con fuerza en mi puerta de escritor, ella cedió y una corriente invisible acudió rauda a desordenar mis cabellos y mis escritos, nos estampó contra los cristales de la ventana hasta que se hicieron trizas. Yo cerré los ojos y me agarré al alféizar mientras los pliegos me iban abandonando, por encima de mi cabeza.
Se fueron todos los relatos, haciendo piruetas líricas de rima libre. Se marcharon sin pena: El cuento de la chica de ojos azules y la piedra del valle, el del duende verde y su libro en blanco, la historia de Takeshi, la del Hombre Muerto, los recuerdos... todos se fueron suicidando, acompañando a las gotas de lluvia y al viento contra el asfalto.
Se fueron todos los relatos, haciendo piruetas líricas de rima libre. Se marcharon sin pena: El cuento de la chica de ojos azules y la piedra del valle, el del duende verde y su libro en blanco, la historia de Takeshi, la del Hombre Muerto, los recuerdos... todos se fueron suicidando, acompañando a las gotas de lluvia y al viento contra el asfalto.
El dolor y la sangre que los pliegos embebieron de mi pluma se diluyeron en varios charcos. Y los personajes de mis cuentos escaparon.
Y yo...
...
No importa, yo seguiré soñando.
Ambos lo sabíamos.
Que esto no iba a ser como caminar juntos hasta el borde del embarcadero del lago.
No importa.
Tú sigue mirándome como lo haces.
Sentémonos.
Dame tu mano.
*foto de aquí.
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