... Y la chica regresaba al bosque a oír historias, a veces nevaba, a veces llovía, y en aquellas tardes sus ojos se volvían de un gris tan claro que en ocasiones parecían blancos.

-Piedra y la chica de ojos azules-

Mundo Desierto (IV): Silencio

 Antes de continuar lee las otras partes de este cuento: La primera parte, la segunda y la tercera.

Había transcurrido una semana desde su salida, y se había topado con el Escorpión, luego con la Rosa, con un par de tormentas de arena... y poco más de interés había encontrado en su camino recto hacia el Este, cuando Nuno se percató que ni el viento ni la arena emitían sonido alguno sobre el desierto.

Él ya había conocido el silencio, en ocasiones su Mundo se volvía así, tórrido e inquebrantable, como esos silencios de calor incesante durante su estancia en el poblado, pero lo que sobrevino en ese séptimo día de fuga fue distinto. Soplaba viento, la arena viajaba lenta por las dunas, la luz del sol caía con furia pero... ninguna de esas cosas emitían sonido.

Había llegado a la Barrera Contenedora de Vientos y Tormentas, y no era un muro como decían los ancestros, sino que era... un enorme destello acuoso que flotaba en el aire, como si el cíclope hubiese llegado a la pared de cristal de una gigantesca campana. Y todo lo que él conocía estaba dentro, a su lado. Y al otro lado de ella... todo parecía seguir desierto.

Ya que había llegado allí... no pensaba retroceder. Trató de respirar hondo antes de dar un paso pero el oxígeno parecía haber expirado en aquel extraño borde, de modo que se limitó a avanzar. Dio un paso, dio otro, y atravesó la barrera. Fue así de sencillo, sin un ápice del temor que habían inculcado en aquellos escritos los ancestros.

Y al otro lado de ese extraño muro comprobó que continuaba el desierto, pero en el horizonte del mismo podía distinguir algo distinto, otra luz quizás. Sólo había una manera de averiguarlo.

Continuó caminando.


(espero publicar el final en unos días)

*foto de aquí

Mundo Desierto (III): Rosa

Antes de continuar lee la primera parte de este cuento aquí, y la segunda aquí.

Tras el encuentro con el escorpión Nuno siguió caminando, y era un sendero el que trazaba, hacia el Este, muy repetitivo. Todo se limitaba a subir y bajar una duna, para luego seguir haciendo lo mismo con otra, y otra, y otra... El desierto era como una sábana gigantesca de una infinita cama deshecha, pero, al fin y al cabo, una sábana preciosa, peinada a la perfección al antojo de los vientos.

Transcurrieron unos días, sin otra cosa que hacer que subir y bajar dunas, cuando al amanecer del sexto día el pequeño cíclope encontró algo en su camino.

―Hola―dijo esperando que aquello hablara, pues no sabía qué podía ser.
Una ráfaga de viento serpenteó baja y levantó un remolino de arena de una duna cercana.
―Hola―volvió a decir.
Y la flor no contestó. Porque aquello que había encontrado Nuno y que había crecido en mitad de aquel Mundo Desierto era una rosa de color azabache y arena, tostada por el sol de aquella mañana. Pero él no lo sabía porque nunca había visto ninguna flor, así de triste había sido su vida. Aquella era una espléndida rosa del desierto, que había crecido allí, en mitad de la nada, sin agua. Porque a veces ocurría maravillas como aquella en nuestras vidas: que crecemos y nos abrimos camino en territorio adverso, por encima de cualquier cosa, sacando fuerzas de donde creemos que ya no hay nada.

"¿Será esto un árbol?" se preguntó Nuno. Pero descartó la idea al comprobar que no poseía ningún color que desconociera. Y los árboles, eso había leído, tenían hojas verdes. Además, no había atravesado ninguna barrera contenedora, aquella de la que hablaban Los Ancestros. "¿Cuánto quedará para llegar a ese límite del desierto?" se preguntó.

Y nadie... ni la rosa ni el viento le respondieron.

(continuará)

*foto de aquí.