... Y la chica regresaba al bosque a oír historias, a veces nevaba, a veces llovía, y en aquellas tardes sus ojos se volvían de un gris tan claro que en ocasiones parecían blancos.

-Piedra y la chica de ojos azules-

Como si una lágrima pudiese atravesar una roca lunar

Chopin - Nocturne in C-sharp minor, Op. post. No. 20.

―¿Qué te pasa? ―preguntó ella poniendo una mano sobre la suya.
―No... no lo sé ―dijo él soltando sobre el plato la taza de café.
―Desde que despertamos has estado muy callado, como si quisieras decirme algo.
Y le volvió a sonreír.
―Es... Es... todo esto ―comenzó él―. Estos días en esta casa, lejos de todo. Este desayuno en el jardín. Esta... esta paz, esta luz.
―Sí, es...
―Es como si hasta una lágrima pudiese atravesar una roca lunar.
―Sí ―sonrió.
―Dime que hay otra persona, dímelo, aunque no sea así.
―Pero... ¿por qué? ―preguntó extrañada.
―Porque sólo nos quedan un par de horas, porque me estoy enamorando de ti.

*foto de aquí.

Este es el primer jodido 'Poema Rock' que te escribo


Pulsa play, son los Guns con su Estranged.

Al Respirar

 
Escucha a Vetusta Morla, su tema da título a este micro. Ya me gustaría a mí escribir una letra así.

... Y llegaste con tu vestido negro, difusa, y me rompiste la noche.

Y al respirar no supe manejarme, porque los escritores que vivimos en la sombra solemos tener siempre las manos frías y los labios calientes, pero durante los segundos que estuve frente a ti, antes de marcharme, mis manos fueron como el fuego, y mi boca cristalizó en azul, como ocurre en ocasiones con las partículas de hielo. Y fui roca, e intenté no respirar, y, sin quererlo, esclavicé en mi lengua el beso que te quise dar. Y como sólo creo en mí, y en ti, no le rezaré a ningún dios para que no pase otro mes en blanco sin volverte a ver.

Caminaré hacia ti sin ahogarme.

Y desapareciste tras tu puerta, soñolienta. Y yo, difuso, escribí tu nombre en la rotura de la noche. 


*foto de aquí

Bajo esta invasión de nubes blancas te entierro

Escucha a Amy Winehouse y su You Know I'm No Good. Ah, y la foto es mía, he cometido la soberbia de usarla para esta historia.


Todavía recuerdo la noche en que te vi salir del Sweet Basil. Me había llevado horas esperándote, paseando como una loca por el borde de la playa, hasta que el viento comenzó a hacerse dueño de las palmeras, hasta que a los camaleones de tus cuentos le salieron cuernos.

Desesperada, esperé hasta que en una de esas cientos de veces que se abrió la puerta del pub apareciste tú, a ritmo de jazz, con la camisa blanca desabrochada y la chaqueta negra al hombro, con tu piel tostada por el sol, de una forma escandalosa, insultante. Apareciste como... como un auténtico seductor de cine de los años cuarenta. Hijo de puta.

Dejé caer el trozo de cristal y todavía tuve fuerzas para abandonar la playa, romper la fila de palmeras e irrumpir en tu mundo de luces y plásticos. Sonreí y, antes de derrumbarme, te mostré mi muñeca ensangrentada. Desperté a la mañana siguiente en una habitación tan blanca que dolía mirarla, como a mí. Estabas a los pies de mi cama y tu camisa manchada me seguía oliendo más a las bocas de otras que a mi propia sangre derramada.

Lo pagaste.

Nadie averiguará jamás que te olvidé justo bajo aquellas nubes blancas que surcaron el jueves pasado nuestra playa. 

De mi puño (XV): Quiero

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