... Y la chica regresaba al bosque a oír historias, a veces nevaba, a veces llovía, y en aquellas tardes sus ojos se volvían de un gris tan claro que en ocasiones parecían blancos.

-Piedra y la chica de ojos azules-

A la Sombra de una Palmera

(Si quieres saber quién es Juana lee antes este post. Si sólo quieres imaginártela a tu modo... sigue leyendo como hablamos los gaditanos).

foto: AdR (con un toque de vida al óleo sobre el lienzo de la sal y el recuerdo).

Esta mañana bajaba por la escalera y delante de mí iba ella.

- Hola Juana, buenos día ¿cómo está usté?
- Buenos día, hijo. Mu bien. Aquí estamo.
- ¿Hoy también vamo a sentarno a la sombrita de la palmera?
- Digooo, como to los día.
- Eso está bien. Charlar y reírse una con las demás vecinas ¿verdad?.
- Si ya es lo que nos queda, hijo. ¿Tú donde va? ¿A la playa?
- Sí.
- ¿Tú solo?
- Sí.
- Te has llevao musho tiempo tú en Madrid ¿verdá, hijo?
- La verdá es que sí, Juana, pero no estuvo mal.
- El otro día me estuve acordando de tu abuela.
- Yo lo hago to los día. Cada vez que bajo por esta escalera y cojo por esa calle. ¿Se acuerda bien del horno de pan que había en aquel local?.
- Digo, eso sí que era pan, unas hogazas como nunca las he comío. Y bien calentita que estaban.
- Allí compraba yo el pan pa mi abuela cuando volvía del colegio. Un día llovió tan fuerte, Juana... que no pude salir de la panadería y... - entonces me quedé en silencio.
- ¿Y qué paso?.
- ...
- Ya no te acuerda, se te ha olvidao - e irrumpió en una carcajada.
- Sí, se me están olvidando algunas cosas, Juana - sonreí-. Ya voy pa viejo.
- ¿Tú? Po anda que yo - y siguió riendo.

Ya habíamos salido del portal y yo no me puse mis gafas de sol, dejé que la luz me bañara por completo. Y me pareció que mi abuela caminaba entre nosotros dos, que iba con Juana y las demás vecinas a sentarse bajo la palmera, y que yo le daba dos besos y un abrazo, y luego me iba a la playa. Solo. Hasta la vuelta.

Me despedí de Juana, conduje unos kilómetros hasta una de mis playas y cuando llegué escribí este post, pero también el recuerdo que conservo de aquella hermosa panadería. Entero, completo, con el temor, las caricias y las miradas. Lo escribí para mi novela y para que no se lo llevara el viento que soplaba en mis cabellos.

Interludio de Pasión Indecorosa

fuente foto: google

"Esto no es un juego. Yo no soy como los demás amantes que has tenido, unos perdedores, unos novicios que han jugado a follarte. Conmigo vas a sentir más cosas. Lo primero que voy a hacer es acercarme a ti, desde atrás, flotando con una lentitud y una elegancia invisibles. Con un leve movimiento haré vibrar el aire a tu alrededor, desearás que te abrace. Haré de ti mi cuenco de sal sin tocarte.

Te voy a quitar toda la ropa, despacio.

Justo cuando mi aliento se empiece a mezclar con el tuyo, rozaré la aureola de tus pezones con la yema de mis dedos, y dibujaré en ellos los círculos de placer que el deseo y el tiempo que no hemos estado juntos me han enseñado a trazar sobre ti. Imaginándote.

Voy a lamerte los labios, voy a beberme tu saliva a sorbos pequeños hasta dejar que un hilo caliente cuelgue de tu lengua a la mía, temblando de sexo. Te voy a tumbar de cara en el suelo y voy a enredar una mano en las flores silvestres que forman tus cabellos. Desnudaré tu nuca con mis besos y dejaré caer en tu oído mi deseo de comerte cuando mis dedos libres se alimenten de tu sexo. Suave y bien adentro.

Voy a apretar tu mandíbula de media luna y a meter mis dedos entre tus dientes mientras hago que tus piernas de piel blanca y sudada se arqueen y dejen tu pulpa al descubierto. Voy a follarte al compás lento de mis palmadas húmedas y calientes. Quiero llegar a la última pared de tu sexo chorreante y hambriento.

Te voy a penetrar sin dejar de mirarte, torceré mis labios en una mueca rigurosa entre la sonrisa y la furia, entre el odio a dejarte y el deseo de tenerte por siempre. Te voy a follar lento para extraer la savia blanca y perfumada que fabrica tu sexo. Me la beberé con tus ansias de morder mi piel bronceada y ardiente justo cuando estés gimiendo estertores y no recuerdes tu nombre entre tirones de sábanas rojas y latentes.

Te follaré desde atrás a una velocidad de vértigo hasta hacer que te corras, lento, hasta correrme dentro, lento... mientras mi lengua se pasea por tu espalda y tu cuello, recogiendo las perlas que tu piel no se ha querido beber de los sudores de nuestro recuerdo. Me quedaré dentro de ti y apretaré tus manos con una fuerza y un calor infernales, un calor que solo podrá apagar el brillo de una luna derramada desde el borde de una cama y un sueño.

Ya te dije que esto no es ningún juego. Sólo es mi manera de amarte en una madrugada cualquiera de estrellas distantes".

Ahora escuchando: Slow Down - Morcheeba (recom. Veinteañera)

Los 21 Gramos del Hombre Muerto

(Este relato es para todas estas personas)

(Si quieres conocer la historia completa del Hombre Muerto lee:

1. El Cofre 2. El Segundo Cofre 3. La Libreta Roja)
Si sólo quieres sentir... sigue leyendo.
foto: AdR
Música: Yann Tiersen



"Una noche la madre del escritor se levantó de madrugada, indagó en un cajón cerrado del escritorio de su hijo muerto y halló una libreta con hilo de plata.

La abrió con cuidado y entre sus páginas encontró un alfiler y unos pétalos secos que el escritor había conservado, unos que cayeron en el vestido de novia de su hermana. Y por el hilo de plata comenzaron a resbalar, muy lentas, 21 gotas minúsculas que la madre recogió en sus manos cansadas.

Se abrió el pecho y en la caja de sus costuras rebuscó entre sus esperanzas, entre ovillos de sueños, retales del corazón, dedales de ausencias... y olvidos del alma. Vació un dedal de sus lágrimas y en el alfiler enhebró el hilo de plata. Y sobre su regazo, entre ambos pétalos, fue engarzando las 21 cuentas del ánima.

Cuando acabó el collar ya despuntaba el alba. Salió al balcón y lo colgó junto al amanecer de sus sábanas blancas. Y alzó una plegaria para que los primeros vientos soplaran con fuerza, se llevasen el collar y trajesen a su hijo... de vuelta a casa"

El Don de los Actos y las Palabras

(Esto es para Sosó. Porque siempre me hace reír)

fuente foto: google.

- ¿Tú eres consciente del poder que tienes, loco? - me preguntó risueña.
- Yo no tengo ningún poder, payasa - dije sonriendo.
- Sí que lo tienes, un don con las palabras. Haces sentir... cosas.
- Pero tú me dijiste una vez que lo más importante en la relación con las personas son los actos que realizamos por ellas. Que las palabras embaucan y luego... se las lleva el viento. Incluso las escritas - continué-. Así que... tengo que aprender a no creer solo en las palabras que me dicen.
- Eso es - dijo.

Luego hubo un silencio en el que ambos recordamos historias por separado, historias que nunca nos habíamos contado. Después ella siguió:

- ¿Te acuerdas de cuando me dijiste que te describiera lo que sentía al oler el papel?.
- Claro. Es lo que a mí me gusta hacer cuando voy a mi papelería favorita - afirmé.
- Me dijiste: "Sosó, primero paso mis dedos sobre el pliego, a unos milímetros, sin tocarlo. Luego me inclino y aspiro el olor que desprende. Así sé si es para mí".
- Sí. Al día siguiente tú probaste en la papelería donde trabajas y me dijiste que sólo te olía a madera.
- Sí - sonrió-, ya te dije que soy muy mala con las palabras. Tú nunca me contaste a qué te olía el papel.
- Es verdad. Nunca te lo dije - concluí.

Pasaron los días y ella decoraba una vitrina de la papelería donde trabaja. Al colocar una pluma ella pensó que era ideal para mí. Cuando volvimos a hablar Sosó me contó eso, y yo le dije que esa pluma era muy elegante.

- No te la he descrito. Es del color del bronce, y cuando le da la luz despide destellos como el champagne. ¿Cómo sabías que era elegante? - preguntó.
- Porque he podido ver cómo colocabas con mimo esa pluma. Tu mano, tus dedos suaves y temblorosos de cuidado al depositarla.

(Sosó, el papel me huele a esas palabras que me faltan para describir tu don: el de los actos que realizas por las personas que amas)

Ahora escuchando: Feist - My Moon, My Man

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Mi amiga Ayshane ha condecorado a Scriptoria con el premio Blog de Oro. Tengo que elegir cinco blogs. Esta vez he querido elegir unas cuantas bitácoras veteranas y que llevo mucho tiempo leyendo. Son estas:

-Que 20 años no es nada
-El Desván de Luna
-Milonga Sureña
-Arcángel Mirón
-Verde Oscuro

La Libreta Roja del Hombre Muerto

(Para saber cómo empieza esta historia deberías leer primero:
- El Cofre del Hombre Muerto
- El Segundo Cofre del Hombre Muerto)
Si sólo quieres sentir... sigue leyendo.

foto: AdR

Música: (de nuevo) Yann Tiersen.

Pasaron unos días y la madre del escritor muerto recuperó del segundo cofre la libreta roja que la extraña mujer le había devuelto a su hijo. Lo hizo porque aquel objeto todavía guardaba su olor, y ella echaba de menos el roce de sus manos, el calor de sus besos. Aún no entendía qué razones podían existir para que su hijo hubiese muerto tres veces.

La libreta tenía una solapa imantada que, una vez abierta, descubría las palabras que su hijo había escrito para esa mujer en sus páginas. La madre abrió la libreta por el marcapáginas rojo y le vinieron imágenes de su hijo en vida, haciendo lo mismo sobre el vientre de aquella mujer, blanco y terso, en madrugadas de tiempos que ambos amantes inventaron perfectos.

Comenzó a leer:
"Hoy abrí los ojos antes de tiempo. Lo sé porque aún no despuntaba la claridad de un nuevo día. Lo primero que vi fue un Borde en mitad del Silencio. A ras de nuestra cama. Y me pregunté:

"¿Cómo puede existir un borde en mitad de algo?"

Y nada me respondió, ni tus ojos, ni tu boca, ni tus manos ansiosas del viento de levante que adolece en mis costas. Porque no te tenía cerca.

"¿Eres un Borde de los Sueños?"

Y el Borde se plegó en un Recuerdo...

Entonces apareció una imagen tuya proyectada como en una pequeña pantalla de cine. Tenías nueve años y llevabas unos zapatos blancos llenos de barro.

"¿Todavía estoy soñando?"

Alargué la mano para tocar tu sonrisa de niña y te desvaneciste dentro del Borde plegado, en la lontananza de un amanecer casi despuntado. Entonces el Silencio se hizo enorme, imperecedero; y el Borde pequeño y eterno. Pero yo cabía por él. Lo rocé con la yema de mi dedo, me acerqué despacio y olía a ti, a los cabellos que se enredan con mis labios en tu cuello.

Me incliné un poco, amor...
... y me metí en tu Recuerdo."


Y estas fueron las únicas palabras que la madre leyó de su hijo muerto. Y no le fue necesario avanzar en sus cuentos para entender que un escritor enamorado puede llegar a morir más de una vez por una ausencia. Una cuando la persona a la que ama se queda lejos, otra cuando recibe sus propios sueños envueltos y la última cuando le llegan de vuelta las ilusiones que regaló a la mujer que quiso.

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Este relato lleva Mi Historia.

La madre es mi madre.
El escritor muerto tres veces soy yo, pero podría haberle pasado a cualquiera de vosotros.
Las brassicas blancas que lacran lágrimas fueron así, tan blancas en la distancia, y las lágrimas... tan lágrimas.
Los objetos que han llegado en los cofres... ya lo habéis comprobado, son reales, en materia y en sentimiento.
La mujer... fue la mujer.
Y el corazón ha vuelto donde siempre debió estar, en mi pecho.
Nada más.

El Segundo Cofre del Hombre Muerto

(Puedes leer este relato sin haber leído el primero. No obstante, si no lo has hecho, para entenderlo en su totalidad te recomiendo que leas antes El Cofre del Hombre Muerto).

foto: "Grito nº 3". Oswaldo Guayasamín. 1983.


música: Yann Tiersen.

- Señora, traigo otra entrega a nombre de su hijo.
- Pero... ¿cómo es posible? Ya vio usted lo que ocurrió cuando abrimos el cofre. Mi hijo está muerto, le dimos sepultura el pasado lunes. ¿Quién podría enviarle cosas a un muerto?.

Ambos se quedaron mirando el paquete, era un segundo cofre más pequeño que el primero que había recibido el escritor muerto.

- ¿Sabe usted quien lo envía? - preguntó la mujer.
- No.
- Pase, por favor.

Pusieron el cofre sobre una mesilla frente al sofá y se sentaron uno junto al otro, poniendo las manos sobre sus rodillas, como esperando algo, como en su día hizo el escritor muerto ante el primer cofre. Entonces, las figuras de los dos escritores muertos, abuelo y nieto, irrumpieron en la estancia. Etéreas, flotantes. Caminaron en silencio hasta la mesilla y cuando estuvieron junto al cofre rompieron el sello de la tapa y la levantaron con suma delicadeza.
Un perfume indescriptible se adueñó de la sala y la mujer reconoció el olor de las manos de su hijo muerto. Porque todavía lo tenía metido en ella, porque recordaba cada una de las caricias que él había dejado en su cara, sus abrazos... sus besos.

Entonces el hijo muerto miró dentro del cofre y cuando vio lo que allí había comenzó a abrir tanto los ojos que su madre temió que se descolgasen de sus cuencas. De ellos rodaron dos lágrimas de sangre lacradas con los pétalos de las brassicas blancas que él envió a una mujer que nunca más pudo ver. Luego abrió la boca de golpe en una mueca retorcida y horrible, oscura. Y de ella salió un alarido grotesco y negro como una noche sin luna ni estrellas. Reventó tímpanos y cristales, y antes de que su eco se apagase, el escritor muerto volvió a expirar otros 21 gramos y su cuerpo se evaporó con su alma, para siempre.

El primer escritor muerto le acercó el contenido del cofre a su hija. Le dio un beso en la frente y se fue por donde había venido.

Y el segundo cofre contenía lo siguiente:
- Dos sobres de unas Cartas de Amor que su hijo había escrito a una mujer. En ellos no estaban las cartas, sino que había regalos que el cariño del escritor le había hecho:
- Unas fotos de recuerdos del escritor muerto, cuando era pequeño.
- La libreta manuscrita que guardaba el olor de las manos del hijo muerto. Y entre ese olor... unos pocos cuentos y sueños.

- En los sobres está escrito el nombre de la mujer. Es como su abuelo - dijo la madre -, el escritor de cartas de amor.
- Pero... ¿por qué esa mujer devuelve estos regalos? ¿Por qué? - y el mensajero se marchó sin encontrar respuesta alguna.

Al cabo del rato la madre del escritor muerto dejó de llorar y comenzó a oír un sonido, rítmico, sordo y persistente, como escondido. Provenía del segundo cofre, de modo que echó una ojeada de nuevo y, al fondo, en un rincón, pudo ver algo más que su hijo muerto había regalado en vida, lo que se había arrancado del pecho hacía un tiempo: su corazón, aún latiendo, sanguinolento.

(en breve... La Libreta Roja del Hombre Muerto)

El Cofre del Hombre Muerto

fuente foto: google

- Buenos días señora, vengo a entregar este cofre, como destino viene esta dirección, creo que es para un escritor.
- ¿El abuelo o el nieto?. El abuelo también fue escritor, ¿sabe usted?. De cartas de amor para mi madre.
- Aquí pone: "entregar a Ad..."
- Ése es mi hijo, su abuelo ya murió hace mucho. No se quede ahí, entre, entre. Mi hijo también ha muerto, pero está ahí tumbado, en el sofá. Pase, buen hombre. El otro día entré en su dormitorio y le pregunté si alguien iba a venir a verle. Y me miró con una cara que nunca le había visto ¿sabe usted?. No le veía llorar desde los trece años. Yo no sé la historia que se traía entre manos. Nunca me contó nada, era muy reservado. Luego, sin decir nada, se murió. Pero se quedó igual, quiero decir... no se desplomó de su silla de escritor, sino que siguió escribiendo, ¿usted había oído alguna vez una historia semejante?. Deambula por la casa como si estuviera vivo, como si se hubiera dejado algo, pero sabemos que está muerto desde hace días. Una se da cuenta de eso muy rápido. Verá, mi hijo... ya estuvo a punto de morir hace unos años... pero eso es otra historia. ¿Sabe una cosa? Todo el mundo le decía que era un escritor excelente pero ni su padre ni yo leímos una palabra suya, jamás, ni una sola. En eso era clavadito a su abuelo, mi padre, que en paz descanse.

El mensajero miró al escritor muerto, tumbado en el sofá, y depositó el cofre en el suelo, frente a él.

- ¿Y por qué está así? No lo entiendo, señora, es antinatural. Su corazón late con fuerza, tiene el brillo de la vida en los ojos pero... está muerto, de eso no hay duda. Nunca había visto algo así.
- Sí, es de lo más extraño ¿verdad?. Lleva así días. A su abuelo no le pasó eso.

Ambos se quedaron en silencio en el goteo de unos segundos, mirando el cofre. Luego el hombre muerto se incorporó en el sofá. Se sentó justo enfrente de su cofre y puso ambas manos sobre las rodillas, como esperando algo.

- Creo que mi hijo quiere que abramos el cofre. Ayúdeme por favor... aún no le he preguntado quien lo envía.
- No había remitente, señora - dijo el mensajero mientras rompía el sello de la tapa.

Retiraron la tapa de golpe y una mezcla de jazmín y azahar inundó la estancia. Entonces el escritor inclinó la cabeza y miró dentro del cofre. Y vio todo lo que contenía. Para cuando decidió mirar a su madre el brillo de sus ojos ya se había ido. Ladeó la cabeza, volteó los párpados y se desplomó junto a su cofre, muerto.

Y el cofre del hombre muerto contenía:
- Dos camisas. Una tan blanca como la espuma de mar y otra del azul de un cielo claro.
- Un libro con la rúbrica del primer escritor muerto.
- Los últimos 21 gramos expirados del escritor.
- El perfume embotellado del escritor que acababa de morir.

(en breve, la continuación)

Relojes Varados

"Hace un tiempo 39escalones me escribió en un comentario que Saramago tenía en su casa todos los relojes parados a la hora exacta en que empezó a amar.

Mi relato El Relojero de Maine (2004) comienza con un reloj parado a la hora exacta que...
... bueno, mejor no os lo cuento, por si alguna vez sale a la luz.

A principios de Marzo mi amigo Roberto leyó Un Tiempo Congelado y me confesó que era lo mejor que había salido de mi pluma en mucho tiempo. Le gustó tanto que al calificarlo (en un e-mail) fue sexualmente explícito en sus palabras dedicadas a esa entrada.

El otro día le dije a mi madre:

- Mamá, el reloj de la pared del salón está parado...
- Niño, pues se le habrán acabao las pilas.
- No... tiene que ser algo más.

Y me miró con una cara como si me hubiera recién parido.

Yo amo a todos los relojes varados que me van saliendo al paso. El otro día estaba revolviendo en cajas y bolsas de plástico guardadas de hace años y encontré un pequeño joyero de cerámica, no era gran cosa. Lo abrí y entre unas cuantas joyas sin importancia hallé esto:

foto: AdR

Era el reloj de mi abuelo. Me quedé mirándolo como si fuese a decirme algo. Nada. Parado. Y sucumbí ante él porque no lograba adivinar cuándo ni por qué razón se paró. Fui a la cocina y le hice una pregunta a mi madre, una sola, y ella me respondió algo que desde entonces me guardo dentro. Miré al reloj en silencio y me vino lo que estaba ahí encerrado, dormitando en ese antiguo tiempo congelado.

Mi abuelo lo llevó en su muñeca hasta que su juicio decidió salir volando y quedarse a vivir en el sentir de aquellas cartas de amor perdidas que le escribió a mi abuela. Y él, por mucho rato que se quedase mirándola y ella llamándolo por su nombre, ya no la reconociera.

Yo creo que en uno de esos detestables segundos, en uno de madrugada, decidió quedarse su reloj... varado."

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He publicado un capítulo más (tercero) de EHST, titulado Amanecer. Con él sólo queda uno más para concluir la primera parte del relato.

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Mi amiga bloguera Iraunsugue Eternia me concedió en su blog este premio al "esfuerzo personal". ¡Gracias!

Tengo que elegir sólo 5 blogs (lo siento). Esta vez son estos:
- Si eso dejas tu número
- El Blog de Óscar
- El Bicho Bola
- Garabatos
- El Alma Difusa

Abrazos y besos para todos.